Crónicas de El Puertovarino a Pie: Febrero

Texto por: Seba Schirmer. Ilustración: Andrés Zurita Quintana

Había escrito sobre otras cosas, cosas de actualidad, pero tras releerlo mientras iba en la micro
rumbo a Puerto Montt me di cuenta de que era bastante oscuro comparado en el brillante y bello
amanecer que me rodeaba. Todo el concepto anterior había nacido de la fuerte actividad en redes
sociales y conversaciones en negocios y la calle sobre temas candentes como Venezuela, la
Araucanía, el plan regulador comunal, la contaminación del lago Llanquihue, etc., pero hay algo
que todo esto tiene en común y es la profunda falta de empatía de los humanos con otros.
Mientras iba en la micro meditando esto, el conductor hizo varias maniobras temerarias que
hacían correr riesgo no solo a los pasajeros, sino a otros conductores de otros vehículos, todo para
estar un poco más adelante, recoger un pasajero más.

Personas que basurean a otras sin argumentos más allá de

“yo tengo razón, tu estás mal, ergo eres inferior a mí”, que toman
posiciones de fe que superan el sentido común, dañando personas. Uno lo ve en cosas tan
cotidianas como cuando se toman espacios en las calles los comerciantes ambulantes, al punto de
no dejan pasar a los transeúntes; lo ve en los conductores, que hacen maniobras arriesgadas para
llenar un minuto antes o recoger un pasajero más, no importando los que están a su alrededor; se
ve en la gente que lanza basura a la calle, la playa o terrenos eriazos. Puerto Varas no se salva de
esto, y peor, esta lleno de predicadores que no practican. Esos típicos “alguien debería hacer algo”
donde ese alguien nunca incluye a quien lanza tan categórica frase. En esta ciudad los que más
alegan contra los autos son los que lo usan para ir a la esquina (mención honrosa los que van en
auto al gimnasio a correr en una trotadora), los que más alegan contra los nuevos edificios son los
que migraron hace un año y se creen dueños de la ciudad, los que más alegan contra la
contaminación del lago son aquellos que tienen conectadas sus aguas lluvias a las servidas, los que
más alegan contra las empresas y políticos corruptos son aquellos que no dan boleta o se hacen
los pillos con los impuestos. En esta burda generalización, de la cual medito mientras camino por
la ruidosa costanera de Puerto Montt, hay muchas excepciones, pero no las suficientes como para
que realmente haya un cambio. Me pongo a la cola en el super, en la caja de “solo 10 productos”,
el tipo de adelante tiene un carro lleno. Voy por la calle, una señora tira el envoltorio de unos
dulces al suelo, cruzando un paso de cebra pasa un tipo en su gigantesca 4×4 a toda velocidad y así
un largo ejemplo de cómo esta ciudad se hace poco hospitalaria y ese mágico “alguien” que debe
cambiar sigue sin tener un rostro, un rostro puerto varino. Inevitablemente esto terminó con un
tono oscuro, como el que terminaré teniendo en estos días calor mortal y sol enceguecedor.