IG @crisalidacuentera Ilustracion: Javier González Peranchuay – IG @arte_en_breve
La calma había vuelto. Sólo las estrellas iluminaban la embarcación. Aun cuando venía sorteando varias tempestades y fuertes marejadas, se sentía un barquito frágil, algo lastimado por los embates propios de su naturaleza. Estaba anquilosado en los “no puedo” y había sido adoctrinado en el miedo. Sus dudas eran siempre más que sus certezas y hasta ahora la mayoría de las veces se dejaba llevar a voluntad del viento. Ser su propio timón era demasiado trabajo.
Pero quería más, quería otra vida, quería más paz, más libertad. Deseaba con vehemencia llegar a otras costas, buscar nuevas rutas, ser dueño de su destino y navegar con la parsimonia que te da la confianza de saber quién eres, alguna vez estuvo cerca de sentirlo, sin embargo, claudicó ante ese inmenso oscuro e insondable mar.
Ya había logrado zarpar de su terruño, ahora sólo tenía que navegar, llevaba algunas cartas de navegación heredada de sus ancestros, donde prevalecían más las advertencias de peligro que las coordenadas necesarias para llegar a algún lugar. Y ahí estaba después de su última tormenta nuevamente a merced del viento.
Esperando la aurora, se acomodó sobre sus miedos, busco cobijo en sus «no puedo» y mirando aquella cartografía añeja se dejó llevar imaginando lo distinta que hubiese sido su vida si fuera un gran acorazado o un elegante crucero.
De pronto un haz de luz lo sacó de su soporífero status quo. Centellando, la luz lo invitaba a acercarse. La pulsión de claridad no era siempre la misma, tenía intensidad de duración. Era distinta a todas las luces que hasta ahora había visto. Algo había en ese faro, no era sólo luz en medio de la nada. Tratando de descifrar el mensaje de pronto la luz del faro se dividió en muchos rayos y le mostró lo que hasta ahora no había visto nunca, su propio reflejo. Lejos de ser un barquito frágil y poco virtuoso, se vio con grandes velas, con una quilla robusta que le había permitido llegar hasta allí. No había sido el destino o la luna, era su propia estructura quien lo mantuvo a salvo.
Paralizado aún con lo que veía, no salía de su sorpresa cuando nuevamente ese atrevido faro le mostró los lugares a los que podía llegar navegando, mucho más de lo que se atrevió a soñar nunca. En medio del espectáculo, decidió echar al agua sus inservibles «no puedo» y guardar el miedo para cuando fuera necesario. El faro siempre había estado ahí, era real… También su reflejo y esos lugares por descubrir. En mitad de la noche el faro seguía entregándole señales a decodificar, el barco trataba de grabarlas, pronto llegaría el amanecer y tendría que seguir solo, pero recordando siempre lo que aquella noche el faro le había mostrado. Por primera vez en mucho tiempo, la incertidumbre lo había abandonado dando lugar a que germinara allí la semilla de la felicidad. Habría que regarla con mucho amor propio dejándola reposar al sol de las nuevas creencias que el barquito sería capaz de construir para él. Saboreando la miel de victoria que ese momento le regalaba, de pronto una prematura nostalgia lo envolvió. Probablemente no volvería a ver nunca más a ese alquímico faro, pero aún quedaba noche y mucha luz que disfrutar.