El arte de viajar sin salir de casa

Por: Antonia Guzmán , Escritora y Diseñadora Gráfica

IG @xantoniaguzman

Desde muy pequeña me ha gustado leer. Comencé con lo típico: libros infantiles como Papelucho o la serie de Lola de Isabel Abedi. Sí, de niña me gustaba leer, pero no fue hasta la adolescencia que me enamoré de la lectura cuando conocí la literatura juvenil. Recuerdo que lo primero que leí de este “género” fue la saga Oscuros, de Lauren Kate; una serie de libros de fantasía que mezcla vidas pasadas, ángeles caídos, profecías y maldiciones. Fue una casualidad toparme con estos libros, pero después ya no pude parar. En esos años estaban muy de moda las distopías, así que leí todo lo que pude; Divergente, Los Juegos del Hambre, The Maze Runner, etc.

No tardé en darme cuenta de que la fantasía era el género en que me quedaría y, hasta el día de hoy, así ha sido. Sin embargo, no bien se dieron cuenta de mi gusto por la lectura comenzaron a sugerirme que leyera los clásicos; historias como las de las hermanas Brontë o más antiguos como Edipo Rey o La Odisea. Libros que, según me decían, iban a “enseñarme algo”, no como las historias “de niñas tontas” que estaba leyendo. Este un pensar muy común, una creencia que dice que la literatura juvenil no enseña nada, que de hecho no es “literatura de verdad”, sino que responde a un capricho y que son historias vacías.

Yo, como lectora y escritora de fantasía e historias juveniles puedo decir con toda certeza… no podrían estar más equivocados.

Los clásicos no son para todos. Alguien que quiere una historia atrapante no va a querer perder el tiempo esforzándose por entender un lenguaje más complejo como el de antes; por otro lado, una persona que busque una historia que te transporte a otro mundo no va a conformarse por una historia que ocurre en nuestra misma realidad. Estoy segura de que las historias contemporáneas de hoy también pasarán a ser clásicos en algún momento, sin embargo, el que todavía no lo sean no las vuelve “vacías”, ni “poco complejas” ni tampoco tontas o superficiales. Creo con todo mi ser que la literatura juvenil es un arte, pues —en mi opinión— nos deja transportarnos de una manera que ningún otro libro nos permite.

En un libro juvenil encontramos personajes con los que es fácil identificarse ya sea por su situación familiar o personal, ya sea por el contexto en que vive, por sus amigos o por su sentir. Es algo natural, algo que, aún en un libro de fantasía, podemos relacionar de algún modo a nuestra realidad. Personalmente, no me gusta leer historias que no sean de fantasía. Los libros realistas me suelen resultar tediosos, y eso es lo que me lleva de vuelta siempre a la fantasía: ¿por qué querría leer un libro basado en una realidad en la que ya vivo todos los días, una que no puedo alterar? ¿Por qué no, en cambio, atreverse a elegir una historia que te transporte a la mente de quien la escribió, en donde todo es posible? Libros de fantasía nos enseñan a soñar, a creer y a tener esperanza, y también que no importa a lo que nos enfrentemos, de algún modo siempre se puede. Al leer uno de ellos podemos ser princesas, guerreras o brujas por unas cuantas páginas.

Leer es un hobby. En la sociedad de la productividad cuesta permitirse hacer algo solo por placer, por la felicidad que nos da; leer es algo que yo hago por hobby, sin buscar aprender nada y, aún así, me enseña. No datos históricos o científicos: me enseña sobre la vida. Por esto creo que la literatura juvenil es el arte que nos permite viajar sin salir de casa.