La pandemia mundial nos ha cambiado. A nosotros y la manera en la que funcionaban ciertas cosas. Un freno de mano en todos los ámbitos. ¿Qué papel cumple la era digital en todo esto? Tal vez es momento de replantear las cosas….
Por:
José Antonio Buyón Quijada – Abogado, Dr. en Ciencias de la Educación (Magíster en Educación Superior) – Profesor
Antonio José Chadd Badra – Abogado, Dr. en Ciencias de la Educación (Magíster en Orientación de la Conducta) – Profesor
El dos mil veinte. Un agitado viaje, un complejo y muy inquietante viaje. Ciertamente, una cualidad de los cambios es reconocer en su incertidumbre hacia dónde nos estamos dirigiendo, en qué rumbo vamos y a qué velocidad nos estamos moviendo. La verdad es que esta realidad, esta nueva realidad de la que formamos parte todos, nos ha tomado por sorpresa, nos ha trasladado paradójicamente a la desnudez de nuestra naturaleza humana: débil, frágil, voluble, características que por momentos solemos ocultar e imponer que no existen, frente a nuestras propias vivencias personales. ¡El hombre y su alter ego! Desconocer nuestro próximo paso no nos hace disminuidos frente a la brevedad con que suelen ocurrir estos cambios. ¡Son humanos! ¡Somos humanos! En consecuencia, y como es muy lógico, es impredecible nuestra respuesta ante los drásticos movimientos que experimenta nuestro entorno.
Desde comienzo de este año hemos venido observando diversos eventos que han impactado a la humanidad por su naturaleza, la severidad de su advenimiento sorprendió, desencajó a la sociedad, la hizo despertar bruscamente y le dio un vuelco drástico a la dinámica doméstica que practicaba el mundo para gestionar sus vínculos y mostrarse coherente y solidario con quienes más afectados permanecen, y a quienes menos se notan, por la rapidez de nuestra agobiante rutina. Cada vez que nos vemos amenazados, nunca advertimos quiénes pueden hallarse en peores condiciones, lo ignoramos, no lo sabemos, y es que es una circunstancia propia del hombre: salvarse a sí mismo, pero lamentablemente en una sociedad en la que abundan más problemas que soluciones, esta pandemia vino a atacarnos a todos; sin discriminar nuestra raza, culto, credo, nacionalidad o preferencial sexual. Ha dejado sin respuesta a las potencias mundiales, impuso la sórdida cara del egoísmo y dejó al descubierto nuestras propias epidemias del espíritu. Antes bien, pudiéramos decir, que hace muchísimo tiempo que subyace un distanciamiento social en praxis, pero pocos lo distinguen, más que quienes lo padecen.
Después de que se hiciera pública la noticia del COVID 19, comenzaron apresuradas modificaciones en nuestro modo de coexistir: detuvimos nuestros oficios, se paralizó por completo la producción de la actividad pública, se interrumpió por mandato presidencial la tarea funcionarial administrativa y obviamente el sector que más debe preservar una sociedad de cualquier daño (los niños) también se vio duramente sometido al intempestivo cambio de ritmo al que normalmente se suscribía su educación. ¿¡Qué difícil es, cierto? Poder explicarle a un niño las condiciones de una nueva modalidad de trato: ¡cero contacto! ¡Nada de saludar de beso! ¡Pedrito, no abraces a nadie ni permitas que se te acerquen! Eso, en el lenguaje de los chiquillos significa algo así como: “no quiero que me toques” o, ¡aléjate, estas enfermo y me puedes enfermar a mí! Cada expresión dictada a un niño, requiere del razonamiento del adulto más cercano, pues nuestras palabras representan un patrón normativo que ese niño llevará a la práctica no para lograr una sana convivencia (como inicialmente aspirásemos los adultos) sino para “evitar” ser retados. En consecuencia, el tipo de lenguaje que debemos emplear para conseguir captar la atención consciente de los niños, debe ser cauteloso y claro a la vez, pero también sencillo y ejemplificado. Los factores visuales juegan un papel preponderante en el oficio de orientar a los niños y sin duda alguna, a los jóvenes que transitan la etapa de la adolescencia inundado de inquietudes e incertidumbre propias de su edad, pero que en muchos casos carecen de una plataforma valórica que muy bien pudiese ser cimentada desde la inmejorable escuela del hogar.
Cuando constatamos realidades como las que sugiero al comienzo, es imposible no darse cuenta de que son muchas más las cosas que disponemos a simple vista para agradecer, que las nos faltan; sin embargo, este caos publico que hoy se ha instalado a nivel mundial trajo consigo la necesidad imperiosa de acceder a nuevas fuentes de comunicación que eduquen no solo a una parte de la población, sino en extensivas longitudes a toda la población.
Desde el extremo más norte de nuestro País, hasta el asentamiento rural más recóndito del territorio patrio. Ahora bien, la gran interrogante es ¿cómo se logra eso? O mejor dicho ¿quién lo hace? Pues bien, mis estimados lectores, esta respuesta que por demás es compleja edificar (pero no imposible) requiere en concurso de todos quienes hacemos vida en este inmenso solar.
Recurrir a la coparticipación conjunta de la sociedad para aglutinar mecanismos y herramientas que proporcionen el alcance de esas nuevas fuentes de educación a las que hago referencia a priori, es también una forma de responder a la pandemia. Es un medio de conectarnos con esta nueva realidad social que nos involucra a todos. Educar es una misión hermosa, supone una acción valiosa, significativa, reivindicadora para con los hombres en construcción: los niños de hoy día. Sus necesidades son diametralmente opuestas a las nuestras, que como adultos pensamos, organizamos y presupuestamos ABSOLUTAMENTE TODO: el tiempo, los gastos, las obligaciones, los espacios, la fuerza, y un sinnúmero de elementos más que componen nuestra cotidianidad. Ellos, al contrario nuestro, comienzan un devenir distinto, diverso, desconocido, que arroja un diagnóstico preventivo para uno, como padre, pero tentador y poco responsable, para ellos como adolescentes. Su edad los hace ser así. De manera que será mucho más productivo para la convivencia, educarlos cerca de nosotros. Paradójicamente hemos logrado lo opuesto, ya que en la medida veloz en la que hemos concertado tener más implementos que faciliten nuestras vidas, se nos ha separado la posibilidad de tenernos cerca y una de esas razones estriba en que los adultos no comprendemos el planteamiento que ellos, nuestros hijos, exponen a través de sus conductas, manifestando sus criterios que pudieran ser alocados, descabellados, insólitos quizá, pero válidos. Insisto: su edad lo permite. Pero nosotros debemos estar allí para reordenar sus prioridades con nuestra paciencia y sabiduría.
Hoy día, deseo compartir esta reflexión de inicio que estimo acierta con la realidad que vivimos. ¿Cómo retomamos el viaje? ¿Cómo nos hacemos cargo de tantos y tantos chiquillos que en definitiva nos pertenecen? ¿porqué? Pensará usted, amigo lector, ¿cómo que me pertenece a mí? ¡Tengo los propios! Pues bien, tan nos pertenecen a todos, que ellos son el resultado de la formación que reciban en cada hogar por separado y por cada entorno que comprenda su espacio social. Es del vecino, es del conductor del micro, es de la tía del colegio, del caballero que despacha en la tienda, del amigo, del conocido… en cada individuo recae la obligación de dictar con su ejemplo de trato, una lección a cada chiquillo con que coincida.
Esta realidad que nos dibuja un insospechado porvenir, puede también ser ventajosa en la medida en que nosotros nos acerquemos a ella practicando la solidaridad y el ejercicio del bien común a través de obras que conduzcan a la formación de los más jóvenes. En este contexto, el internet ha representado un recurso inmensamente productivo, pero productivo en verdad. Cuando lo hemos orientado a consciencia, ha dejado maravillosos resultados de divulgación, de difusión y connotado espectro comunicacional. Es así que nuestros jóvenes se han convertido en verdaderos operadores maestros de las plataformas virtuales, con un talento increíble para el uso, diseño y construcción de diversas redes de interacción pública, redes que en la actualidad han salvado millones de vidas en tanto que por su alcance y veloz disertación han difundido información de importancia. Los índices de medición señalan que la esfera comunicacional de las plataformas virtuales son el espectro más desarrollado en la actualidad, no hay sector del esquema humano que ejecute cualquier movimiento y no sea manipulado desde una plataforma web. Por eso me detengo y pienso: ¿cuántos jóvenes no pueden interactuar en esta amplísima actividad comunicacional y educativa? Y es porque carecen de los medios para hacerlo. No tienen, no disponen los recursos ya sean económicos, educativos, electrónicos, de acceso y conexión u otra naturaleza. ¿qué puedo hacer yo por ellos? ¿qué tengo a mi mano? Es una idea genuina y muy oportuna para comenzar a hacerme cargo en algo, por la reinserción de tantos jóvenes que pudieran desarrollar esta capacidad desde la formación virtual, electrónica y por qué no, perfilar a las ciencias informáticas. Un aporte a tiempo, gradúa a un profesional. De eso estoy muy convencido.
Puede trascender que sea precoz adelantar resultados, pero el gesto de participar, convertirá en posibilidad, un plan, un esquema, una vida. Es por ello que a través de esta columna, deseo intercontagiarle, amig@ lector@, de esta nueva propuesta de rescatar a través de la consciencia a tantos y tantos jóvenes que pueden hacer mucho, pero requieren de nosotros, necesitan que creamos en ellos. Hoy es la ocasión perfecta para donar ese equipo.
En torno a esta premisa, la organización Trabajo Social en Red (www.trabajosocialenred.cl) ha venido promoviendo jornadas de recaudación de equipos de computadora, los cuales se repotencian de la mano de expertos en el área, garantizando su operatividad técnica. Esta acción podrá reducir en gran medida la brecha digital que viene marcada por las clases sociales, en aras de garantizar un derecho universal como es la educación. De manera que, hablar de la pandemia, no solo es temer por la salud, como un bien fundamental, también la educación tiene un significante peso en el desarrollo humano por ser la vía idónea de libertad de pensamiento y generación de criterio en nuestros jóvenes. Anímate a ser parte de esta labor, el futuro te lo agradecerá. Hacer el cambio depende de ti.