Por: Milagros Rojas – IG @prof.milagrosrojas
¿Cuánto recuerdas de tu niñez? Tómate un instante para hacer ese viaje mental que te llevará hasta esa época. Tal vez solo te lleguen a la mente algunas imágenes, pero serán significativas porque te dejaron una huella importante.
El inicio de nuestra historia
Nuestra historia comenzó en la niñez. De este corto período de nuestra vida, poco podemos recordar. Lo que relatamos acerca de esta etapa, contiene las vivencias que se nos vienen a la mente, sumadas a las anécdotas que nos relataron los adultos que nos acompañaron en ella. Padres, abuelos, tíos o a quienes les tocó vernos crecer, fueron añadiendo información que aun sin poder recordarla, la consideramos cierta y está incorporada a nuestra historia.
Cuando vamos creciendo nuestra historia sigue en construcción, sumándose nuevas experiencias, que además de poder recordarlas somos capaces de describir lo que nos hicieron sentir. Si bien es cierto que la niñez forma parte del pasado, de vez en cuando nos tocará regresar a ella. Evocarla nos hará revivir buenos momentos, pero también nos será útil viajar con nuestra mente hasta ella, para resolver complejidades de nuestra vida en el presente.
Jueces de nuestra niñez
Cuando pensamos en nuestro pasado y lo reconstruimos en base a recuerdos, muchas veces jugamos a ser jueces. En ese juego, podemos volvernos implacables, cuando traemos a la mente momentos difíciles o complejos que vivimos en nuestra infancia. Es posible que de manera consciente o inconsciente, culpemos a los adultos que nos acompañaron, por no habernos protegido de estas situaciones. Otras veces somos benevolentes y por el contrario los disculpamos en su totalidad, al punto que los colocamos en el plano de la perfección.
Criar a un niño o niña es una labor muy compleja, que muchos la engloban en dos palabras: amor y cuidado. Nuestros padres o cuidadores nos dieron lo que con su capacidad y deseos pudieron darnos. Padres rigurosos, posiblemente levantaron en sus hijos, un concepto de su niñez muy distinto al de otros niños que fueron criados por adultos más flexibles. Sin embargo, para ambos tipos de padres, su forma de dar amor y cuidado tenía una justificación válida para ellos. No podían ser de otra forma porque entonces no lograrían el objetivo: ser buenos padres.
Si pudiéramos preguntar a nuestros padres o a quienes nos cuidaron cuando pequeños, por sus estrategias de crianza, seguramente su respuesta tendría que ver con su deseo de formar personas decentes y capaces de valerse por sí mismos. Difícilmente un padre o madre va a expresar un deseo contrario al respecto. Todas sus acciones, consideradas por otros como acertadas o no, fueron en esa dirección. Por esta razón es preferible dejar de lado nuestro papel de jueces y comprender que no tuvimos padres o cuidadores perfectos, pero si, los perfectos para nosotros.
Nuestra niñez y el presente
Lo vivido cuando éramos niños nos dio la base de lo que hoy somos. La forma como percibimos nuestro entorno, el trato que le damos a los demás y a nosotros mismos, nuestros miedos y capacidades, tienen sus raíces en ella. Somos adultos y ahora nos toca decidir qué hacer con lo que esta etapa de la vida nos dejó.
Pensar en nuestra niñez y detenernos un poco en cada recuerdo, nos permitirá evaluar sus huellas y reconocer cuáles afectan nuestro presente. A partir de ese reconocimiento estaremos listos para iniciar un trabajo personal, que no borrará lo sucedido en el pasado, pero nos dará la posibilidad de cambiar la percepción que tenemos de él, para así poder disfrutar del presente con menos cargas. Y si en algún momento de nuestra vida, nos toca desempeñar ese rol tan hermoso de ser padres o cuidadores, seguro que lograremos acompañar, amar y cuidar a esos pequeños, desde nuestra mejor versión.