Una interesante reflexión en este mes del libro.
Por: Víctor González Frías y Joanna Maino Aguirre de Ediciones Mac-Kay
En las vísperas de la preparación de las actividades del mes del libro, el 23 de marzo pasado, la Brigada de Delitos Económicos de la PDI, logró la incautación de más de 50 mil libros falsificados en bodegas ubicadas en la ciudad de Santiago, lo que significó el mayor decomiso realizado en Chile por un valor que sobrepasa los 400 millones de pesos.
La vuelta a clases, los planes de lectura y el retorno de la vida universitaria, genera un mercado para esta industria ilícita que recorre todo Chile. Sus libros, fotocopia fiel al original, se están volviendo cada vez más difíciles de identificar debido a las nuevas tecnologías, las que permiten obtener un producto de mejor calidad. Esto lo hace un negocio redondo: se saltan los costos de producción creativa lo que les permite vender a menor precio con un margen de ganancia que supera al de cualquier eslabón de la cadena del libro, sin mover una neurona.
El mundo del libro, que incluye en su cadena a los autores, diseñadores, ilustradores, fotógrafos, editores, imprentas, distribuidores y libreros, siempre se ha mostrado altamente preocupado frente a este tipo de delitos, el que es normalizado mediante el “consumo pirata” por parte de nosotros, los ciudadanos.
Si bien podemos exigir de nuestras autoridades medidas protectoras, somos los lectores con nuestro consumo consciente los que debemos frenar este mercado. Muchas veces surge el argumento generalizado del alto costo de los libros, y si bien es un argumento válido, las posibilidades que nos ofrecen las bibliotecas públicas, las bibliotecas de colegio y los nuevos formatos digitales, nos permiten acceder gratuitamente, o a un mínimo costo, a este preciado bien.
El libro en nuestro país, no sólo paga impuestos; sino que suma costos de transportes, distribución, impresión, creación y diseño, generando empleo y revitalizando el patrimonio creativo y cultural de nuestro país. Mientras más leamos más crecerá el volumen de producción, volviéndose más accesibles para todo bolsillo.
Pese a lo inofensivo que pueda parecer, los libros piratas atentan contra la propiedad intelectual de autoras y autores, que dedican esfuerzo y largas horas de su vida a la materialización de su obra, siendo retribuidos con el 10% de la venta de cada libro. Como la mayoría de los autores no reciben anticipos por sus obras, al comprar libros falsificados solo estas ayudando a que el pirata se enriquezca del trabajo intelectual de otros.
Las autoridades por otro lado, deben resguardar y promover el patrimonio bibliográfico de nuestro país, multiplicando el acceso a los libros por medio de las bibliotecas públicas en los centros urbanos y juntas de vecinos, junto con fiscalizar que las editoriales clandestinas no sigan creciendo.
Sin duda el mantener una biblioteca bien surtida, no sólo nos acercará al mundo que nos rodea y su imaginario; sino que será una de nuestras mejores inversiones y medicinas para los tiempos que corren. Enseñar a nuestros hijos a mantener el hábito sano de visitar las librerías y encontrarse con este mágico mundo, es una maravillosa costumbre que nutre el alma y a la industria creativa.
El mayor símbolo de una ciudadanía comprometida con la cultura es consumir las creaciones de escritores y artistas, leerlas, valorarlas y difundirlas. Esto permitirá que toda la comunidad crezca en la belleza de la diversidad, en el respeto y en la construcción sólida de una cultura con identidad.