Por: Agustín Oyarzún Velásquez, Profesor de Lenguaje y Comunicación /Investigador Paranormal – IG @paranormal_austral
Chile es un país rico en mitos y leyendas, desde el extremo norte hasta el sur austral, cada zona cuenta sus propias historias, con sus propios seres mitológicos y lugares encantados. Sin embargo, esto no parece ser parte de nuestra identidad, me explico: en China, los dragones – seres mitológicos – forman parte de las celebraciones durante los desfiles, además de proteger templos y otros edificios; en Islandia es habitual encontrarse pequeñas casas en los jardines, construidas para los duendes; y algo más inusual, el escudo del Reino Unido en Escocia presenta un unicornio junto a un león. A esto me refiero con que estos elementos mitológicos formen parte de la identidad, la gente los reconoce y adopta dentro de su diario vivir, y en sus celebraciones.
En nuestro país, no obstante, parece que renegamos hasta cierto punto de nuestras leyendas y mitos, a mucha gente relatos así les parecen ridículas y/o infantiles, y esto lo digo con conocimiento de causa. Empero, festejan Halloween y Navidad. No digo que cambiemos eso, sino que comencemos a ver lo que tenemos en casa, en vez de copiar y adoptar lo de otros países.
Nuestro folclore nos cuenta sobre a Ten Ten/Treg Treg/ Trentren Vilú y Cai Cai-Vilú, dos serpientes que forman parte importante de los mitos primigenios: Cai Cai provocó una gran inundación buscando acabar con los humanos, y Tren Tren decidió salvarlos; otro ejemplo es lo que cuentan sobre el volcán Osorno y la formación de la cuenca del Llanquihue: un poderoso pillán habitó ahí hace años, provocando grandes cataclismos y protegido por inmensas quebradas que hacían imposible llegar hasta él, sin embargo, gracias al sacrificio de Licarayén, nevó durante días y días, deteniendo la furia del volcán e inundando las quebradas con la nieve derretida, dando origen al lago Llanquihue; así también tenemos al Caleuche, un pariente lejano de El Holandés Errante. En nuestra versión criolla la fiesta es eterna, y sería el lugar de reunión de brujos, náufragos y “ofrecidos” al Buque de Arte.
¿Qué tienen de distinto estos relatos con historias de otros países? Nada en realidad, todas en su minuto buscaron darle una explicación a un fenómeno natural desconocido, o un evento sin precedentes que resultaba inentendible y aterrador eventualmente. Sin embargo, no solemos contarlas abiertamente. El poco interés en temas de esta índole y el mostrarlos como una mera historia sin el debido trasfondo, hace que se pierda el interés y pasen, muchas veces, al olvido.
Es asombrosa la cantidad de cosas que podemos llegar a conocer sobre la mitología griega, egipcia, japonesa, etc., y lo poco que sabemos sobre lo nuestro. ¿Sabía usted que el Trauco alguna vez fue considerado un espíritu protector del bosque, que con el paso de los años – aparentemente junto con la llegada de los españoles – comenzó a mutar en lo que actualmente conocemos? ¿Sabía usted que los relatos en torno al diucón – señalado por muchos como un pájaro brujo – nacen debido al intenso color rojo de sus ojos y su comportamiento territorial agresivo – ataca y golpea los vidrios creyendo que su reflejo es un enemigo – lo que hace creer que quiere hacer ingreso al hogar? ¿Conoce sobre los entierros y los tesoros que ocultan? ¿Se animaría usted a buscar uno? ¿Escuchó alguna vez sobre las recomendaciones para atrapar a un brujo, o sobre cómo impedirle el ingreso a su casa? ¿Sabía qué si lo descubre y pone en evidencia, fallecerá antes de un año? ¿Invitaría a desayunar a un Tué-Tué? Probablemente estas interrogantes le parezcan extrañas y sin sentido, pero si le preguntara por el aspecto de un cíclope o donde oculta su oro un duende, lo sabría (tal vez).
Nuestros mitos y leyendas son abundantes, únicos, distintivos y característicos, forman parte de nosotros y nosotros de ellos, deben dejar de verse como algo ajeno, como algo que aprendemos por obligación o como elemento netamente turístico, nade hemos de envidiar o copiar a otros. Hemos de sentirnos orgullosos de tener nuestra propia visión de la creación, del origen de nuestra geografía, de los seres que habitan nuestros bosques, mares y cielos, no dejemos que esto se olvide, que sea a la usanza antigua: de generación en generación, del boca a boca.