Por: Francisca Gálvez V. – IG francisca.galvez
A Puerto Varas ha llegado a vivir mucha gente en los últimos años. Cinco mil personas o más, dicen. Yo soy una de ellos. Desde 2019 quería venirme, pero sólo hace un mes logré concretarlo. Comenzó con un viaje de dos semanas. Era un escape, sí: de Santiago, del encierro, de no poder respirar. Una aventura, un salto al infinito motivado por un afán de movimiento, de nuevos aires y nuevas gentes. También en busca de oportunidades laborales. La cuarentena me empujó aquí, como a muchos. ¿Quién puede culparnos? Además, yo he sido una nómada desde siempre. Ahora con mayor razón, con la revolución del teletrabajo.
Arrendé una cabaña en Playa Hermosa, bonita y chiquita, al lado del lago. Y me quedé; primero dos semanas y luego un mes, y otro mes… Es que me ha gustado. Me gusta la naturaleza escénica de toda la cuenca, y especialmente del lugar donde estoy; me gusta también la ciudad, su centro caminable y abarcable, la arquitectura sureña y la calidez de un trato más humano. Me gusta saludar, incluso conversar un poco con gente en la calle. Valoro el ritmo más pausado que se pueden permitir las ciudades más chicas, como esta. Y por supuesto, disfruto de las delicias locales como las papas nativas, la trucha –no tanto el salmón (¡!)- la murta, la miel de ulmo, la mantequilla de campo y tanto más.
Por otra parte, me ha tocado también padecer, al cabo de un mes, la centralización de Chile en la capital. Es cierto que aquí se puede vivir, y vivir bien, pero igualmente falta mucho. Tuve que ir –no digo viajar, porque es tan cerca- hasta Puerto Montt, sólo para comprar homeopatía en la farmacia Hahnemann. No tengo problema con eso. Sin embargo, mandan a hacer los pedidos a Santiago, ¡y ese proceso puede demorar un par de semanas! Un preparado que en la capital hacen en 20 minutos, en cualquier sucursal. Es dura la centralización, ahora que la vivo en carne propia, y en algo tan simple. ¿Qué queda para otras necesidades más apremiantes? Me parece inexcusable esa dejadez para con las regiones, en un país con una geografía tan extensa como Chile.
Por las tardes, muchas veces salgo a caminar. Es mesmerizante la tranquilidad de la playa en otoño, de ‘mi playa’. Me relaja el ondular de las aguas del lago, y el oxigenante bosque de preciosos arrayanes y coigues que lo enmarca. En esos paseos, me siento enormemente afortunada y agradecida de estar aquí y ahora, en este lugar del mundo.
Agradezco también la amable soledad de estar conmigo. En una cabaña sin espejo, he podido mirar hacia adentro más que nunca. No me faltan las entretenciones: bailo, canto, trabajo, escribo, pinto. Ha sido como un retiro. Pero también estando sola –y he comprobado esto muchas veces- es cuando más fácilmente se puede conocer gente. Como no tengo auto, me llevan; y así he conocido a varios vecinos, uno de ellos don Hipólito, quien vende huevos de sus gallinas y truchas que pesca y ahúma él mismo. También tengo vecinos no humanos; me acompaña a ratos una gata, igual de independiente que yo (y que al igual que yo, también disfruta compartir con otros), y tengo una pequeña lucha personal contra las babosas: no me quedó más que hacer una barricada de sal gruesa a lo ancho de la puerta de mi cabaña, para que no entren. Encender la estufa a leña y aprender a cultivar el fuego ha sido otro desafío en sí mismo, que he tenido que afrontar con tenacidad y paciencia.
Y así se me pasan los días. He decidido quedarme el año corrido, por lo pronto. En mi perspectiva, es positiva la llegada de gente nueva a esta ciudad. Como todo, es un proceso, es necesaria una adaptación. Así es la vida, las personas se mueven, hay migraciones; puede ser incómodo para los que ya estaban, o para los que llegaron antes, pero es mejor mirar lo bueno. Creo que va a traer nuevas ideas, innovaciones, conexiones, nuevos proyectos y oportunidades. También traerá demanda, y con eso es de esperar que llegará más variedad y especificidad de productos y servicios. Es interesante lo que puede pasar en una ciudad joven, con un influjo de sangre nueva. Ojalá este éxodo sea también un tirón hacia el sur por una necesaria descentralización.
Mis respetos a los exploradores de mundos, a quienes, como yo, se atreven al cambio. Me gusta probar diferentes estilos de vida. Me muevo para estar mejor, y en ese sentido, me identifica plenamente la hermosa definición que da Proyecto Diccionario (IG @proyectodiccionario) a la palabra “explorar”; significa “salir del sufrimiento”. O lo que es lo mismo: ir en busca de la felicidad. ¿No es lo que anhelamos todos?
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Francisca Gálvez es periodista freelance. Se define como ‘nómada digital’. Apasionada por la letras, ha escrito para diversos medios y revistas chilenas. Además tiene una amplia experiencia en turismo, habiendo trabajado en diseño de rutas y creación de productos para agencias de viaje. Ha vivido en Australia, Nueva Zelanda, Islas Cook, Canadá y España, y viajado por más de 30 países.