Memorias de una santiaguina viviendo en el sur de Chile…. / IG @santiaguina_perdida_en_el_sur
Yo siempre he admirado a las mujeres antiguas, que vivían sin lavadora, con muchos hijos, sin terapia y las comodidades de la vida diaria. Cuando uno lo piensa, no dimensiona lo dependiente que somos de aquellos objetos hasta que – viviendo acá en el sur – la realidad te alcanza y un temporal te deja sin luz y como nosotros somos de los favorecidos de tomar agua de pozo nos quedamos sin agua por varios días; ya que tenemos bomba de agua.
Pero esos días vivimos en la prehistoria tecnológica, pero vivir sin ello se puede; lo admito, pero cuando lo pruebas ya no lo quieres dejar. No cambiaría por nada la lavadora por ir a lavar al rio con mi canastita, cual casita en la pradera.
El primer día, fue día de campo: mirar cómo pasa el día, como se hace de noche, pero llega un momento en que las niñas te recuerdan que necesitan modernidad: Netflix, música, radio, algo… y las canciones del repertorio de padres no es mucho y a ellas ya no les hace gracia. Eso sí, siempre están los libros y como se oscurecía temprano, leemos cuentos y a dormir. Lo malo de dormirlas con las gallinas es el efecto obvio… que teníamos a dos locas gritando a las 6 de la mañana con demasiadas pilas, pidiendo como pollitos con hambre.
Una de esos días, nos quedamos cenando más tarde. Mi marido fue muy feliz porque por fin cumplieron el objetivo su compra de todos los meses: velas. Creo que el negocio sigue vigente por él, ya que es su compra mensual y me lo echaba en cara al igual que la utilidad de las mismas.
Pese a todo, debo admitir que me gusta vivir por estos lados, pero con algunas comodidades modernas. Luego, por fin la compañía de electricidad pudo encontrar nuestra casa y arreglar el problema, que – sí, era un tema solo de mi casa – así que mi hombre apocalíptico ya está pensando en un generador y más velas para el invierno…