Memorias de una santiaguina viviendo en el sur de Chile…. / IG @santiaguina_perdida_en_el_sur
Y bueno; no me morí. Cual lázaro camino por las calles sureñas más tapada que hijo único, además con este clima que aún no se sabe con qué salir; el ropero entero en la calle.
Estos días me he dado cuenta de mi santiaguines en pleno: necesito sol, que salgan unos rayos, aunque sea una tarde y veo lluvia y más lluvia… (necesaria) nadie dice que no, pero para mis estándares santiaguinos creo que ya en esta fecha uno andaba en polera, pasado a bloqueador y yo aun ando con la parca de oso polar, necesito urgente vitamina D.
Mi marido me dice que exagero, pero yo no le dije nada cuando él estaba en Santiago como lechuga sin agua en pleno verano con 34°. El me insiste que ya pasé por la libreta de ser sureña, por tener una hija nacida por estas tierras y que mi santiaguines se ha ido (-menos mal –dice bajito).
El otro día comencé a notar esos cambios cuando estábamos sentados en un restaurant en Puerto Varas y llegó un grupo de adolescentes capitalinos y comienzan a pelar a “mi sur”, a hablar mal del milcao, del chapalele, de las porciones tan grandes de comida… y me sentí en lo más profundo y me dió vergüenza ajena sentirme capitalina. ¿Realmente somos tan peladores y desubicados? Pero aún me sigo sintiendo sureña de cartón, necesito mi dosis de “arena y sol, el mar azul” (si lo dijeron cantando ya les suena la rodilla como a mi)
Pero estas fechas son extrañas porque yo siempre asociaré las festividades con calor… y acá es imposible, se siente el olor a pan de pascua acompañado con un vasito de vino o de cola de mono al lado de la estufita por el clima menopaúsico en el que vivimos. Por ejemplo, el otro día que llovió, granizó, hubo ventolera, nieve más lluvia… para terminar con un sol radiante. Asique a celebrar las fiestas con el ropero encima y esperando que tengan un feliz fin de año.