Por: Catalina Billeke, Comunicadora y gestora patrimonial
Las ciudades han sido nuestros principales escenarios de encuentro e intercambio con otros y otras integrantes de la comunidad. Sin embargo, hoy estamos inmersos en la “globalización”, momento y proceso histórico de integración mundial en los ámbitos económico, político, tecnológico y social, en donde la cultura de masas pareciera ser uno de los principales factores de cambio, representando una amenaza para los comercios locales de antaño —de bienes y prácticas con alto valor patrimonial para el entramado urbano—, y generando una homogenización de los centros de las ciudades. Sobre esto último, el geógrafo catalán Francesc Múñoz acuñó el término ‘urbanalización´ para referirse a las similitudes que presenta un paisaje de la ciudad en lugares muy diferentes del mundo.
En Puerto Varas, no obstante, todavía persisten inmuebles patrimoniales, y no solo en términos de casonas antiguas sino también de locales comerciales con más de 60 años de antigüedad, los cuales han resistido el paso del tiempo hasta hoy en día. Estos boliches presentan un alto valor en patrimonio urbano, además de una riqueza de detalles y anécdotas que aportan a la construcción de la identidad regional. Y si bien en muchas ocasiones estos rasgos suelen pasar desapercibidos —por volverse invisibles ante los ojos de quienes habitan constantemente el territorio—, estas tiendas de antaño han sido observadores de la reciente historia de la ciudad y un centro de oficios, saberes populares y prácticas que, poco a poco, están siendo olvidadas.
Tal es el caso de dos zapaterías ubicadas en pleno centro de Puerto Varas: San Antonio y Peters. La primera, inaugurada en 1950 por José Kauak, se ubica en el mismo lugar desde hace setenta años: en calle San Francisco 410, frente al municipio, y es atendida actualmente por Iván, el hijo de José. “Mantengo esta tienda y trabajo por el legado y los sentimientos relacionados a mi padre”, dice el actual locatario. Ingresar a esta zapatería se siente como un quiebre, una pausa inesperada del ritmo del centro, además de un viaje en el tiempo; tanto el piso como los muebles e instrumentos siguen siendo los mismos de antaño, mientras que solo los zapatos y las prendas de vestir pertenecen al mundo contemporáneo.
El segundo boliche es Tienda y Zapatería Peters, ubicada en calle San Francisco 351, justo en la esquina con Avenida Gramado. Este local sigue siendo atendido por quien lo inauguró: Romelio Peters, de 86 años. Romelio cuenta que llegó de Río Negro a trabajar a Puerto Varas en la década del 50, específicamente a la zapatería La Gran Vía, donde actualmente se ubica su tienda. Al poco tiempo este local comercial quebró, convirtiéndose en una oportunidad de compra y emprendimiento para Romelio y su señora. “Antes de que llegarán las multitiendas”, comenta el locatario, “nosotros éramos los grandes proveedores de zapatos y prendas de vestir de los puertovarinos”.
Este tipo de negocios son más que un buen catálogo de productos: representan también un motor económico, social y cultural de su barrio, el centro de Puerto Varas, son un icono de la resistencia del tiempo frente a la hegemonía de la globalización y, cosa no menor, sus respectivos locatarios se han convertido en testigos de sus propias historias familiares. De la misma manera que hoy en día se busca proteger áreas naturales y cascos históricos, deberían existir iniciativas públicas y privadas que cuiden y apoyen estos boliches patrimoniales, los cuales hasta el momento sobreviven gracias a la mejor arma: la nostalgia y el cariño de sus clientes.