Por: Lorena Basualdo González – Psicóloga Educacional, Licenciada en Psicología
IG @lorena_dbg
Le pregunté si estaba bien o si tenía alguna preocupación más allá de lo que estábamos conversando, y me dijo: “sí… tengo todo planificado hasta el martes, pero no sé qué voy a cocinar el miércoles, y he estado todo el momento pensando en eso”. Era un día lunes, y Carolina ya mostraba evidentes signos de intranquilidad por el almuerzo del día miércoles. Expongo esto, a fin de ejemplificar lo que puede provocar en ciertas personas cuando una preocupación pasa hacer algo más que una simple preocupación, sino un dolor de cabeza que no deja vivir tranquilamente.
Todos en algún momento hemos tenido un día que nos levantamos con algo que nos inquieta, sin embargo, cuando las preocupaciones se vuelven recurrentes, abrumadoras, difíciles de controlar e interfieren en nuestra cotidianidad, podrían ser signos de estar frente a un trastorno de ansiedad generalizada.
El trastorno de ansiedad generalizada se va desarrollando paulatinamente, y sus inicios se reflejan durante la niñez, la adolescencia o la adultez temprana. Las personas con este trastorno se sienten excesivamente preocupados por todas las cosas cotidianas, (a veces desproporcionado respecto a la situación del momento). Presentan dificultades para controlar sus preocupaciones y se sienten constantemente nerviosos por algo que ellos creen que no pueden controlar. Perciben situaciones como amenazantes, incluso cuando no lo son. Conflictos para enfrentar situaciones de incertidumbre, con un temperamento de indecisión constante y con miedo a equivocarse. Por otro lado, sienten que no tienen la capacidad de dejar de lado el pensamiento de preocupación y olvidarlo. Otra dificultad, es la escasa concentración y relajo, sensación de nerviosismo, excitación, y de estar gran parte del tiempo al límite. Precisamente son estas percepciones las que Carolina sentía durante nuestra conversación.
Lo anterior, no sólo puede dañarlos psicológicamente, también las sensaciones físicas pueden ser bastante inquietantes. Las personas con TAG, suelen presentar fatiga, tensión muscular, problemas para conciliar el sueño, temblor, nerviosismo, irritabilidad e incluso fuertes dolores de cabeza. Cuando el cuerpo y la mente responden a una amenaza como las sensaciones físicas descritas, estos síntomas son parte de una “escapatoria” o “lucha”, frente al peligro, es decir cuando se presenta una preocupación desproporcionada, el cuerpo se pone en estado de alerta para analizar cómo va a reaccionar (escapar o luchar) y dependiendo de aquello, se darán cuenta si están luchando bien o mal. ¿De qué depende? De cómo se manejen sus pensamientos, y evaluar, si la situación que les hace sentir todo aquello, es real. De ser así, reflexionan cómo manejarla o enfrentarla. En el caso de que sus pensamientos logren dilucidar que esta amenaza no es real, se envía una señal de alerta al cerebro de que no existe peligro alguno, por lo que la respuesta de “escapatoria” o “lucha” se desactiva y el sistema nervioso puede volver a relajarse. Ahora bien, si la mente logra darse cuenta y reflexiona que la amenaza podría durar, las sensaciones de ansiedad se extienden, manteniendo alerta a la persona. Los síntomas físicos, como la respiración agitada, palpitaciones, rigidez muscular, y la sudoración de manos podrían permanecer también.
Cuáles son las causas de este trastorno, es la pregunta que imagino que muchos se harán. Lo cierto es que hay varios factores que podrían estar incidiendo en este trastorno y algunos aún se encuentran en estudios. La genética cumpliría un rol importante, como también, comportamientos aprendidos desde la infancia, (familia con recurrentes preocupaciones y pocas herramientas para enfrentarlos), diferencias en la química, la función del cerebro, y en las formas en cómo se percibe el peligro. Desarrollo de la personalidad, y/o estructura mental son los otros factores que podrían desencadenar este trastorno.
Vivir con esta afección no es nada fácil, resulta un desafío muy importante a largo plazo, ya que en muchas ocasiones se encuentra ligado con otros trastornos de ansiedad o emocionales que van perturbando tu día a día. Sin embargo, la atención temprana con especialistas, puede ayudar a las personas con TAG a escoger las herramientas idóneas para sobrellevar la ansiedad. Este trastorno puede ser tratado con psicoterapia (cognitivo conductual), donde la persona aprende las herramientas específicas para abordar y controlar las situaciones de complejidad, obteniendo muy buenos resultados en corto y mediano plazo. Con esta práctica, se podrían retomar las actividades que muchas veces se dejan de lado, porque se perciben como una amenaza. Asimismo, es importante que el estilo de vida que se tenga, sea el más adecuado. Incorporar a la rutina diaria, el ejercicio, pues resulta muy potente para reducir los niveles de estrés. Dormir lo suficiente, no sólo en la cantidad de horas, si no en la calidad del sueño. Técnicas de relajación y respiración, alimentación balanceada (incorporar a la dieta, frutas y verduras y eliminar sustancias tóxicas). Mantener siempre una “agenda” donde se registren todos los episodios diarios que generan estrés. Es importante también, priorizar las preocupaciones o tareas, realizando un listado de lo más y menos urgente, ya que con esta acción se disminuye los niveles ansiedad Y por, sobre todo, aprender a hacer frente a los desafíos que la vida nos pone por delante. No es fácil, pero si realizamos todas estas acciones, la calidad de vida tanto física como psicológicamente, podrían mejorar considerablemente.